CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

domingo, 12 de septiembre de 2010

- MITOS, RITOS Y SÍMBOLO DE LA ASCENSIÓN - MIRCEA ELIADE

MITOS, RITOS Y SÍMBOLO DE LA ASCENSIÓN - MIRCEA ELIADE
(Tratado de historia de las religiones)
MITOS DE ASCENSIÓN
La muerte es un trascender la condición humana, es un “paso al más allá”. En las religiones que sitúan el otro mundo en el cielo o en una región superior, el alma del muerto asciende por los senderos de una montaña o se sube a un árbol o una cuerda.
La expresión habitual con que en asirio se dice “morir” es “aferrarse a la montaña”. Asimismo, el egipcio myny, “aferrarse”, es un eufemismo para decir “morir”. El sol se pone entre las montañas y por allí pasa el camino hacia el otro mundo, que ha de seguir el difunto. Yama, el primer muerto de la tradición mítica india, recorrió “los altos desfiladeros” para enseñar “el camino a muchos hombres”. El camino de los muertos en las creencias populares uralo-altaicas sube por las montañas; Bolot, héroe kara-kirghiz, y Kesar, el rey legendario de los mongoles, entran en el mundo del más allá (es una de las pruebas de la iniciación) por una gruta situada en lo alto de los montes; el chamán efectúa su viaje al infierno escalando unas montañas muy altas. En los textos funerarios egipcios se conserva la expresión asket pet (asket = “peldaño”) para hacer constar que la escalera puesta a disposición de Ra para que suba de la tierra al cielo es una escalera real. “Está ya colocada mi escalera para ver a los dioses”, dice el Libro de los Muertos. “Los dioses le hacen una escalera para que suba por ella al cielo.” En muchas tumbas de la época de las dinastías arcaicas y medievales se han encontrado amuletos que representan una escalera de mano (maqet) o una escalinata.
Ese camino que recorren las almas de los muertos en su viaje hacia el otro mundo lo recorren también los que -por su condición excepcional o por la eficacia de ciertos ritos- logran penetrar en el cielo en vida. El motivo de la “ascensión” al cielo, por medio de una cuerda, un árbol o una escalera, es bastante frecuente en los cinco continentes. No vamos a dar más que algunos ejemplos. En la tribu australiana Dieri existe el mito de un árbol que, por magia, crece hasta llegar al cielo. Los numgahburran hablan de dos pinos milagrosos que comenzaron a crecer en una ocasión en que se violó un tabú, y crecieron hasta que sus copas tocaron el cielo. Los mara cuentan que sus antepasados acostumbraban trepar por un árbol así para llegar al cielo y volver a bajar. La esposa del héroe maorí Tawhaki, hada bajada del cielo, se queda a su lado sólo hasta el nacimiento de su primer hijo; luego sube a una cabaña y desaparece. Tawhaki sube hasta el cielo trepando por la cepa de una vid y luego consigue volver a la tierra. Hay otras versiones en las que el héroe llega al cielo subiéndose a un cocotero o utilizando una cuerda, un hilo de araña, una cometa. En las Islas Hawai se dice que subió por el arco iris; en Tahití, que al subir a una montaña muy alta encontró a su mujer en el camino. En un mito de Oceanía se nos cuenta cómo llegó el héroe al cielo mediante una “cadena de flechas”, es decir, clavando la primera flecha en la bóveda celeste, la segunda flecha en la primera y así sucesivamente, hasta construir una cadena que unía el cielo y la tierra. En Oceanía, en Africa, en América del Sur y en América del Norte, la ascensión se lleva a cabo por una cuerda. Aproximadamente en los mismos sitios encontramos el mito de la ascensión por un hilo de araña. En Egipto, en Africa, el Oceanía y en América del Norte por una escalera. Otras veces por un árbol, por una planta o por un monte.
RITOS DE ASCENSIÓN
Todos estos mitos y creencias corresponden a ritos concretos de “subida” y de “ascensión”. La elección y la consagración del lugar del sacrificio equivale en cierto modo a una sublimación del espacio profano; “en verdad, el oficiante se contruye una escalera y un puente para alcanzar el mundo celeste”, dice la Taittirîya Samhitâ. En otro pasaje de la misma obra el oficiante se sube por una escalera, y al llegar a lo alto del poste del sacrificio, extiende las manos y exclama: “¡He llegado al cielo, a los dioses; me he hecho inmortal!”. La subida ritual al cielo es una dûrohana, una “subida difícil”. En la literatura védica hay muchas expresiones de este tipo. Kosingas, el sacerdote-rey de algunos pueblos de Tracia (kebrenioi y sykaiboai), amenaza a sus súbditos con ir a reunirse con las diosa Hera subiendo por una escalera de madera. La ascensión al cielo, subiendo ceremonialmente una escalera, formaba parte probablemente de una iniciación órfica. En todo caso, la encontramos en la iniciación mitraica. En los misterios de Mitra, la escalera (climax) ceremonial tenía siete peldaños, cada uno de un metal diferente. Según Celso, el primer peldaño era de plomo y correspondía al “cielo” del planeta Saturno; el segundo era de estaño (Venus); el tercero, de bronce (Júpiter); el cuarto de hierro (Mercurio); el quinto, de “aleación monetaria” (Marte); el sexto, de plata (Luna); el séptimo, de oro (Sol). El octavo peldaño, dice Celso, representa la esfera de las estrellas fijas. Al subir esta escalera ceremonial, el iniciado recorría, en efecto, los “siete cielos”, elevandose así hasta el empíreo.
Los chamanes de los pueblos uralo-altaicos practican todavía hoy exactamente este mismo ritual en su viaje al cielo y en las ceremonias de iniciación chamánicas. La “ascensión” se realiza unas veces en el curso del sacrificio ordinario -cuando el chamán acompaña a la ofrenda (el alma del caballo sacrificado) hasta Bai Ulgen, el dios supremo- y otras veces con ocasión de las curas mágicas de enfermos que recurren al cháman. El sacrificio del caballo, que es la ceremonia religiosa principal de los pueblos uralo-altaicos, tiene lugar una vez al año y dura dos o tres noches. La primera noche se coloca una nueva yurta y, en su interior, un abedul despojado de sus ramas y en el que se han tallado nueve escalones (tapty). Se escoge para el sacrificio un caballo blanco; se enciende fuego en la tienda; el chamán ahúma su tamboril y llama sucesivamente a los espíritus; después sale, se monta sobre un maniquí de trapo que representa una oca, rellena de paja y, moviendo las manos como si quisiera volar, canta:
Por encima del cielo blanco,
Má allá de las nubes blancas,
Por encima del cielo azul,
Más allá de las nubes azules,
¡Sube al cielo, pájaro!
El objeto de este rito es apresar el alma del caballo sacrificado, pura, que se supone ha huido al acercarse al chamán. Apresada el alma y tras haberla hecho volver, el chamán deja en libertal a la oca y sacrifica sólo al caballo. La segunda parte de la ceremonia tiene lugar la noche siguiente; en ella, el chamán lleva el alma del caballo a presencia de Bai Ulgen. Después de ahumar el tamboril, de revestir las vestiduras rituales y de haber invocado a Merkyut, el pájaro del cielo, para que “venga cantando” y “se siente en su hombro derecho”, el chamán inicia la ascensión. Sube con agilidad los peldaños tallados en el árbol ceremonial, penetrando sucesivamente en los nueve cielos, y describe al auditorio, con infinidad de detalles, todo lo que ve y todo lo que ocurre en cada uno de los nueve cielos. En el sexto cielo venera a la Luna; en el séptimo, al Sol. Por último, en el noveno el chamán se prosterna ante Bai Ulgen y le ofrece el alma del caballo sacrificado. Es el momento culminante de la ascensión extática del chamán. Bai Ulgen le hace saber si el sacrificio ha sido bien recibido y le predice el tiempo; después el chamán se desploma extenueado, y tras un momento de silencio, despierta como de un sueño profundo.
Las muescas o los escalones tallados en el abedul simbolizan las esferas planetarias. Durante la ceremonia, el chamán invoca el concurso de las distintas divinidades cuyos colores específicos denuncian la naturaleza planetaria de las mismas. Al igual que en el ritual de iniciación mitraico y que en la ciudad de Ecbatana, cuyos muros de distintos colores simbolizan los cielos planetarios, la Luna se encuentra en el sexto cielo y el Sol en el séptimo. El número 9 ha sustituido al antiguo número de siete escalones; para los uralo-altaicos, la “colunma del mundo” tiene siete muescas y el árbol mítico de las siete ramas simboliza las regiones celestes. La ascensión por el abedul ceremonial equivale a la ascensión del árbol mítico, que está en el centro del mundo. El orificio del vértice de la tienda se identifica con el que está frente a la estrella polar y por el cual puede efectuarse el paso de un nivel cósmico a otro. La ceremonia se realiza, pues, en un “centro”.
Esta ascensión tiene también lugar en la iniciación chamánica. Entre los buriatos se colocan nueve árboles, uno junto a otro, y el neófito se encarama a la copa del noveno y va pasando seguidamente por todas las demás. Se coloca también un abedul dentro de la tienda, de forma que su copa sobresalga por el orificio superior; el neófito, con un sable en la mano, sube hasta salir de la tienda por el orificio, realizando así el paso al último cielo. Una cuerda va del abedul de la tienda a los otros nueve abedules, y de ella cuelgan trozos de algodón de distintos colores, que representan las regiones celestes. La cuerda recibe el nombre de “puente” y simboliza el viaje del chamán a la morada de los dioses.
El chamán realiza una ascensión parecida para curar a los enfermos que acuden a pedir su ayuda. Los viajes míticos al cielo de los héroes turco-mongoles recuerdan también mucho a los ritos chamánicos. Los yakuts creen que en otro tiempo los chamanes subían realmente a los cielos; los espectadores los veían volar por encima de las nubes, junto con el caballo sacrificado. Se cuenta que en tiempo de Gengis-Khan hubo un famoso chamán mongol que subió al cielo en su corcel. El chamán ostiak dice en su canto que se eleva a los cielos por una cuerda y aparta las estrellas que le estorban en su camino. En el poema uigur Kudatku Bilik, un héroe sueña que sube una escalera de cincuenta peldaños, en lo alto de la cual hay una mujer que le da de beber agua; luego, reanimado, puede ya llegar hasta el cielo.
SIMBOLISMO DE LA ASCENSIÓN
Jacob sueña también con una escalera cuya parte más alta llegaba al cielo, “y los angeles del Señor subían y bajaban por ella”. La piedra sobre la que Jacob se había quedado dormido era un bethel y estaba “en el centro del mundo”, puesto que allí se unían todas las regiones cósmicas. En la tradición islámica, Mahoma ve una escalera que sube del templo de Jerusalén (el “centro” por excelencia) hasta el cielo, con ángeles a derecha e izquierda; por esa escalera subían las almas de los justos hacia Dios. Dante ve también en el cielo de Saturno una escalera de oro que llega de manera vertiginosa hasta la última esfera celeste y por la que subían las almas de los bienaventurados. La mística cristiana ha conservado también el símbolismo del “peldaño”, de las “escaleras” y de las “ascensiones”. San Juan de la Cruz representa las etapas de la perfección mística por una Subida del Monte Carmelo, e ilustra su tratado con la ascensión larga y penosa de una montaña.
En todas las visiones y en todos los éxtasis místicos se incluye una subida al cielo. Según el testimonio de Porfirio, Plotino tuvo cuatro de estos raptos celestes durante el tiempo que vivieron juntos. San Pablo fue elevado también hasta el tercer cielo. Esa doctrina de la ascensión de las almas a los siete cielos – ya sea en la iniciación, ya sea post mortem- gozó de una inmensa popularidad en los últimos siglos del mundo antiguo. Es indiscutiblemente de origen oriental, pero tanto el orfismo como el pitagorismo contribuyeron ampliamente a su difusión en el mundo grecorromano. Estas tradiciones serán estudiadas con mayor provecho en otros capítulos. Pero había que incluir aquí, puesto que en última instancia están justificadas por el caracter sagrado del cielo y de las religiones superiores. Cualquiera que sea el conjunto religioso en que se encuentren y cualquiera que sea el valor que se les haya dado – rito chamánico o rito de iniciación, éxtasis místico o visión onírica, mito escatológico o leyenda heroica, etc.-, las ascensiones, la subida de montañas o escaleras, el subir volando por la atmósfera, etc., significan siempre trascender la condición humana y penetrar en niveles cósmicos superiores. El mero hecho de la “levitación” equivale a una consagración y a una divinización. Los ascetas de Rudra “andan por el camino del viento porque los dioses han entrado en ellos”. Los yogis y los alquimistas indios vuelan por los aires y recorren distancias enormes en unos segundos. El poder volar el tener alas se convierte en la fórmula que simboliza el trascender la condición humana; la capacidad de volar revela que se tiene acceso a las realidades últimas. Evidentemente, aun dentro de la fenomenología de las ascensiones, subsiste una distinción radical entre la experiencia religiosa y la técnica mágica; el santo es llevado a los cielos por un “rapto”; los yogis, los ascetas, los magos consiguen “volar” por su proprio esfuerzo. Pero en ambos casos lo que les distingue de la masa de profanos y de no iniciados es la ascensión: pueden penetrar en las regiones uránicas, saturadas de sacralidad, y hacerse semejantes a los dioses. Su contacto con los espacios celestes los diviniza.

No hay comentarios :

Publicar un comentario