CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 25 de noviembre de 2011

- ÉTICA DEL ALPINISMO, Por César Pérez de Tudela

Ética del alpinismo
César Pérez de Tudela

El alpinismo ha sido a través del tiempo algo que forma parte de su propia esencia. Algo tan sutil, que es muy difícil tratar de definirlo, pero que configura un ser, o un no ser, alpinístico. El alpinismo no es sólo hacer un turismo acrobático por las grandes montañas. Es una aventura humana que una todas las fuerzas del hombre y que constituye la razón de su existencia. Esa forma de ser y de vivir tan especial en lo que viene llamado ética del alpinismo, y ella es la que eleva al alpinismo por encima de un simple juego de circo.

La ética es la ciencia que estudia el carácter y las virtudes de los hombres. Es la filosofía de las costumbres. Las costumbres son el caracter de la colectividad. Ética es también la conducta del hombre en cuanto es susceptible de moralidad.

El alpinismo es la actividad del rito y del estilo. Las mejores virtudes del hombre adquieren en este juego contrastes que pueden parecer incomprensibles.

Es una actividad en que lo espiritual tiene un factor decisivo. De ahí que su práctica lleve consigo unas normas, sin el cumplimiento de las cuales no hay alpinismo en su mejor sentido.

El código existe, aunque no hay nada escrito. Aunque de su observancia o incumplimiento no se desprendan responsabilidades legales.

Las normas deben brillar siempre, por la actividad misma, que en su acepción más pura no extraña ventaja material, porque constituye por encima de todo una aventura del espíritu.

La vida del alpinista es un raro mundo transparente, en el que todas las realizaciones que otorgan un prestigio están montadas sobre su proprio honor. El palmarés de un deportista de la montaña no es contestable por ningún procedimiento probatorio. Nadie duda ni nadie afirma falsamente, porque a nadie le interesa ser en ficción, en una aventura solitaria basada en un deseo de conocerse verdaderamente a sí mismo. El hombre va a las montañas porque lo desea él. A nadie más interesa. La razón de la realidad alpina no es lo que los demás crean, sino de lo que uno es capaz. Los escasos insensatos que no asimilan pronto este código de honor pronto se alejarán de las cimas, que requieren mucho esfuerzo, mucha fuerza moral, mucho espíritu de constante renovación interior.

El alpinista supera las más exigentes pruebas, por la utilidad que le reporta a su espíritu. Por ser en verdad lo que quiere ser. Por vencer su miedo, por conocer su valer auténtico. En la mística que rodea los ambientes de la montaña está inserto un afán de ayudar al semejante. Es el alpinista el hombre que más hace por el amigo o por el desconocido. Acostumbrado a humanizar las rocas grandiosas de las montañas, y los parajes más salvajes, con sus sufrimientos y sis alegrías, lo da todo por el prójimo cuando éste lo requiere. Es una raza distinta que une a los hombres, sin distinción de clases, nacionalidades o diferencias ideológicas.

La ruda vida de las montañas hace hombres responsables y formados. Moldeados en una severa escuela del honor y hombría. Sólo los hombres fuertes pisan las cimas. Por ello todavía no hay limitación ni ordenanzas. La responsabilidad la llevan los hombres en sí mismos.

Cuando los jueces entiendan sobre los comportamientos de los alpinistas y juzguen sus imprudencias; cuando las leyes reglamenten y prevean lo que no debe ocurrir en las cimas, la mejor característica del alpinismo habrá desaparecido.

Todavía es una lección la que los alpinistas dan cada día al mundo. Su optimismo, su generosidad, su alegría, su libertad, empleada en una empresa que sólo otorga ventaja al espíritu.

Estamos ante un mundo nuevo -a pesar de ser viejo en el tiempo-, lleno de vigor, fuerza y peligro. Un mundo que ha nacido de la audacia y energía del hombre: alpinismo.

No sólo atrae lo nuevo al alpinista -como al resto de la humanidad-; le atrae también la belleza y el ideal de la bondad. El alpinista ha descubierto lo nuevo en sí mismo, y ha llegado a la conclusión inconsciente de que nada en la vida puede lograrse sin un alto coeficiente de riesgo, trabajo y aventura.

El alpinista es el hombre que todavía cree en la poesía y en la belleza de los crepúsculos, sin detectar la claridad del silogismo.

Que este mundo, fuente inagotable de energías del espíritu que es el alpinismo, no se derrumbe prensado por un orden que no sea el puramente cósmico.

Sólo cuando el rito del alpinista de escudriñar el cielo y ver las estrellas – cuando parte hacia la escalada-, de sentir el frío y de sentir el miedo al crisparse sus manos en la presa, desaparezca, habrá desaparecido una de las más hermosas formas de vivir de los hombres, en una civilización en la que todo está contaminado, manchado y maldito.

César Pérez de Tudela
S.O.S. En el Naranjo de Bulnes
Publicaciones Controladas, S.A. 1973

lunes, 21 de noviembre de 2011

jueves, 17 de noviembre de 2011

- UM DIE EIGERNORDWAND (EN LA PARED NORTE DEL EIGER) LUCHAS Y SACRIFICIOS EN LA PARED NORTE (CAPÍTULO II DE VIII-PARTE PRIMERA)

UM DIE EIGERNORDWAND
(EN LA PARED NORTE DEL EIGER)
LUCHAS Y SACRIFICIOS EN LA PARED NORTE

Por Fritz Kaisparek

Los deseos del hombre se van centuplicando, a medida que, día tras día, se dedica al ejercicio de su profesión y siempre le ocurren las mismas cosas...
El alpinista sueña con hielo y nieve y roca. Sueña con montañas que, impresionantes, verticales, se recortan en el azul del cielo. Sueña con las horas en que luchará buscando el camino que le conducirá a la cumbre. En el instante en que el mundo descansará a sus pies y dejará de estar por encima suyo, y sueña en esto como en algo infinito. Este vehemente deseo de conquistar una cumbre, de alcanzar una meta es antiquísimo, pues el alma sigue experimentando momentos e inquietud y ofrece al luchador, aunque sea por corto espacio de tiempo, la alegría de satisfacerlos.
Se escalaron las primeras cumbres de los Alpes y no constituye ninguna casualidad el que, al mismo tiempo, se alcanzase la cima del Montblanc y del Grossglockner. Ciertamente, entretanto, hacia finales del siglo XVI, la actitud hacia la montaña había ido cambiando. Se venció el miedo a lo misterioso, a lo siniestro y se siguió adelante en el descubrimiento de los fenómenos desconocidos. En un principio, se intentó hallar el camino más fácil y sencillo hacia la cumbre, pero existían demasiadas cumbres con las que uno disfrutaba pensando que podía ser el primero en conquistarlas. Más tarde, esto fue cambiando y durante los años setenta del siglo pasado se buscó ya la dificultad en la montaña. Se estudiaron los problemas de las paredes y se quiso conquistar las cumbres por los lados inaccesibles. Se había alcanzado el punto en que en los Alpes quedaban ya pocas cumbres que nadie hubiese pisado todavía.
El ser humano es empero incansable cuando trata de descubrir algo nuevo. Las montañas del Cáucaso, del Himalaya y de otras zonas no alpinas se hallaban únicamente al alcance de unos pocos, y así, se fue desarrollando finalmente el alpinista "radical". La ascensión se valoraba según grados de dificultad ya estipulados. En el Himalaya, la cima se había convertido en meta exclusiva y su consecución, en fin, en lo esencial. Pero dentro de un tiempo, cuando también se hayan escalado todas estas montañas, se buscarán igualmente nuevas vías y flancos desconocidos y se intentará recorrerlos y se lograrán muchas cosas que hoy se tienen por imposibles.
Cuantas cosas se pensaron imposibles en los Alpes y, cuan a menudo, la voluntad y la confianza en uno mismo escalaron las aparentemente inaccesibles montañas. Cada vez se iban quedando más vacías las listas de paredes no escaladas que a los grandes alpinistas de todos los países atraían con irresistible poder y que prometían la maravillosa experiencia de una "primera".
Claro está que las pretensiones eran cada vez mayores pero trozos de paredes que no se podían vencer con recursos naturales, se superaron mediante clavijas para roca o hielo. Los escalones que a la anterior generación costaba tanto tallar, cedieron ante la nueva, inaudita y enérgica técnica de los crampones. Aunque se iba equilibrando la balanza de la suma de peligros subjetivos entre las escaladas de alpinismo “clásico" y "moderno", los peligros objetivos eran cada vez mayores, pues lógicamente, se vencieron las metas fáciles antes que las difíciles y por fin quedaron únicamente tres grandes dificultades de escalada: la pared norte del Cervino, el flanco norte de las Grandes Jorasses y la pared norte del Eiger.
Lo más tentador era ciertamente la pared norte del "León de Zermatt” y no faltaban las ganas de conquistarla. El vienés Alfred Horeschofsky consiguió superar la mitad inferior de esta pared. Pero entonces tenía que atravesar la cresta suiza. El joven guía Kaspar Moser logró en 1928, después de muchos intentos, junto a Victor Imboden de Täsen, alcanzar una altura de 400 metros en la pared. Durante 28 horas lucharon firmemente contra todas las dificultades. Sin embargo, derrotados, se vieron obligados a emprender la retirada.
Podríamos mencionar muchos otros varios intentos y casi parecía como si realmente esta pared nunca pudiese ser escalada. Cuando ya se creía imposible vencer indemne este inaccesible flanco escarpado comenzó, sorprendentemente, a granizar de forma ininterrumpida y se convino que únicamente aquellos dotados de mayor habilidad conseguirían escalarlo.
Pero también era necesario contar con la suerte, pues la habilidad sola no decidía el resultado de una tal empresa. Los riesgos son tan incalculables que apenas se puede prever el poder afrontados con eficacia. A más de uno conducirá a la fatalidad la más insignificante dificultad, mientras que sobre otros se alza una mano bondadosa que le preservará indemne hasta de los más horribles desprendimientos de piedras. Pero el hombre de acción tiene el pleno convencimiento de que la suerte acompaña a quien lucha. Camina junto a quien confía en su destino con esperanza firme y no da el brazo a torcer.
Existe una diferencia entre la primera escalada de una pared y cualquier otra victoria deportiva. Leemos por ejemplo:
"El Tour de Francia. 18 de julio. La décima etapa del Tour de Francia nos proporcionó numerosas sorpresas. Los franceses pensaban apuntarse una nueva victoria. Archambeaud tuvo mala suerte. Se le reventó el neumático posterior y perdió 10 minutos".

Así pues aquí no sólo la capacidad jugó un papel. Aquí también, cualquier desconocido ángel de la guardia hizo que el luchador ganase o fuese vencido. En principio ambas luchas eran iguales. Ambas eran igualmente grandes, gigantescas. La cantidad de voluntad y perseverancia, inaudita. Pero también la diferencia era tremenda. Aquí se podía abandonar fácilmente y la renuncia a la victoria significaría automáticamente el fin de todo esfuerzo y fatiga. Pero en la pared existía un único "hacia arriba” y un incierto "regreso". El instante de tensión era evidentemente el mismo. La masa de lectores del periódico apenas sabía por qué debía mostrar más interés. Aquí se trataba de 6.000 larguísimos kilómetros, que debían ir quedando atrás después de cada mortífera etapa. Allí, sin embargo, se trataba de una pared en la que los desprendimientos de piedras y los aludes rugían incesantemente en el vacío.
No podemos comparar ambas luchas. Pues es extremadamente mayor el ataque a la pared e infinitamente más pura y elevada la meta a conseguir. ¿Qué culpa tenían los escaladores de que los periódicos, con inmediata codicia, hicieran suya la escalada y se arrojasen cual jauría sobre el problema de "legitimo" e "ilegitimo"? ¿Qué culpa tenían de que pudiesen contemplar la pared sin ser molestados y como consecuencia enzarzarse en luchar para conseguir la sensación deportiva, el juego que excita los nervios?
A los hermanos muniqueses Toni y Franz Schmid les salió bien el ataque a la pared norte del Cervino. Habían viajado de Munich a Suiza en bicicleta y su primera victoria la constituyó el poder vencer las dificultades económicas que les separaban de su pared.
El viernes, 31 de julio de 1931, abandonaron a media noche su campamento al pie de la pared norte. Durante el camino fueron atados con cuerda doble y para asegurarse utilizaron clavijas para hielo y roca. Sin embargo, se vieron a menudo obligados a continuar durante horas enteras sin ningún tipo de seguridad, pues la roca era desmoronadiza y difícil y además recubierta de una fina capa de hielo. Sujetos por una clavija para roca, instalaron un campamento al aire libre en lo alto de la pared. El sábado tuvieron que cruzar hacia la derecha por una vía sumamente difícil y a las 14 ponían los pies en la cumbre italiana.
Se había resuelto un "problema". Ahora el segundo se situaba en primer plano. La pared norte de las Grandes Jorasses.
Ya en 1907 consideró Young la posibilidad de una escalada y también lo intentó Joseph Knubl. En 1928 tuvo lugar el ataque del guía de montaña francés Armand Charlet y en los siguientes intentaron el mismo proyecto numerosas cordadas alemanas, francesas, italianas y austríacas. El 17 de agosto de 1931 fueron enterradas en Chamonix las primeras víctimas alemanas: Leo Rittler y Hans Brehm.
Tras muchos intentos posteriores, en 1935, los muniqueses Peters y Martin Maier consiguieron derrotar a las Jorasses. Después de diecisiete horas de difícil trabajo con roca y nieve, consiguieron llegar a la cumbre. Casi pareció que en esta expedición ambos iban a compartir el mismo destino que Rittler y Brehm. En el segundo campo de nieve les sorprendió un fuerte desprendimiento de piedras. A Maler le alcanzó y cayó desplomado. Peters le sujetó y pudieron continuar la ascensión y llevarla felizmente a buen término.
El último gran problema de los Alpes occidentales, la pared norte del Eiger, debía en general, ser asunto de cordadas alemanas. La pared debía ser fatal para los jóvenes alpinistas alemanes. Al igual que en los años anteriores los intereses por estos problemas se habían hallado totalmente dispersos y había habido bastantes , ahora se concentraron en un único punto. La consigna era: pared norte del Eiger. En tanto se estuvo intentando encontrar un camino por la pared de las Jorasses y por la pared norte del Cervino, se le respetó al Eiger la paz y la virginidad de su pared Norte.
Escalarla parecía una temeridad. Inaccesible, inabordable, se le aparecía a todo aquel que alguna vez la observaba con mirada escrutadora, a la vez que en el rincón más profundo de su alma se despertaba un deseo tenue, vacilante. Todas las grandes paredes habían ido cayendo. Únicamente quedaba ésta. El último gran enigma. ¿Constituyó un milagro el que el interés fuera creciendo de día en día y que, finalmente, se comenzasen serios intentos al respecto? Se trataba de una empresa arriesgada, de una proeza en el sentido más puro de la palabra pues los momentos de peligro en esta pared eran excesivos. Todos los lugares en donde había escalones y roca se hallaban recubiertos de desprendimientos de piedras y nieve.
El Eiger, con sus 3.974 metros, constituye casi un cuatro mil. Desde Grindelwald, uno tiene ante sí los gigantes de hielo del Oberland bernés. Uno junto a otro se hallan dispuestos como una cadena de plata: el Wetterhorn, el Schreckhorn, el Fiescher-Hörner y el Eiger. Como toda montaña de los Alpes occidentales, también posee la historia de su escalada:

Su cima fue alcanzada por primera vez en el año 1858 y, por cierto, por el inglés Charles Barrington junto con los guías Christian Almer y Peter Bohren. Para subir utilizaron la cresta occidental. Un año más tarde se llevó a cabo la primera travesía del paso del Eiger, desde el glaciar del Eiger hacia el campo de nieve perpetua. En 1874 cayó la cresta sudoccidental y en 1876 la meridional. Tras una pausa de nueve años, esto es, en 1885 se pudo llevar a cabo el descenso de la bastante expuesta cresta de Mittellegi, la cresta occidental, y sólo en 1921 se consiguió escalarla. Tres años después se empezó a través de la Asociación de Guías de Grindelwald la construcción del refugio de Mittellegi. El Eiger y la Jungfrau se hallaban desde hacía tiempo en el primer plano de la actualidad turística. En 1912 comenzó a funcionar el ferrocarril de la Jungfrau que subía desde Scheidegg hasta el paso de la Jungfrau (Jungfraujoch). En el transcurso de la construcción de estas instalaciones ferroviarias, se perforó completamente el macizo del Eiger, de norte a sur, de forma que desde la galería de la estación "Eigerwand", a una altura de 2.867 metros, se puede contemplar sin peligro Grindelwald, situada 1.800 metros más abajo.
En 1932, los alpinistas suizos Dr. Lauper y Dr. Zürcher, junto con los guías del Valais Knubl y Graven, abrieron un camino a través de la parte oriental del macizo de la pared norte del Eiger. No tenía nada que ver, sin embargo, con la vía directa a la falda norte propiamente dicha y así, ésta, permaneció virgen. Uno no puede, no obstante, dejar de maravillarse ante la grandeza y belleza de lo que Lauper había dado a conocer.

La auténtica pared norte se alza abrupta e indivisa en sus últimos 1.800 metros de altura. Dejemos deslizar nuestra mirada a lo largo de toda esta pared y no podremos por menos de asombrarnos de que en ella sola pueda concentrarse un rigor y una violencia tan sumamente inaccesible. Muy pocos neveros se abren camino en la pared y acaban en pequeñas escarpaduras.
Pared, pues, que, en su mayoría el trabajo va a consistir en enfrentarse a pura roca. Sin embargo, aquí las apariencias engañan. Las grietas y chimeneas se encuentran repletas de hielo y las rocas de la parte superior de la pared recubiertas por una capa vidriosa que convierte la escalada en una lucha de lo más difícil. Aparte de eso, parece que los desprendimientos sean pocas veces silenciosos y la travesía de esta pared debe resultar realmente peligrosa.
Los alpinistas que se atreviesen con ella debían ser duros y experimentados y estar preparados para lo peor en todo momento. Debían desplazarse con igual seguridad por la roca o por el hielo y poseer el don de confiar en la victoria con fe inquebrantable, incluso cuando alguna vez la sombra de la destrucción se cerniese sobre sus cabezas.
"El último problema”. Resulta demasiado tentador y la juventud no puede esperar. Su lema reza: “Adelante hacia lo imposible e ir abriendo camino en tanto queda una brizna de aliento en el cuerpo". La lucha por la "Pared del Eiger" puede pues empezar.
Y su comienzo tuvo lugar en el año 1935. Max SedImayer y Karl Mehringer, dos alpinistas muniqueses, se instalaron cómodamente en una cabaña cerca de Alpiglen y comenzaron los preparativos. Pasaron el primer día estudiando las posibilidades de la pared y comenzaron a escalar varias veces para intentar establecer el camino a seguir hasta que ambos fueron del mismo parecer.
Naturalmente, ambos llamaron la atención y sus intenciones se fueron propagando. Parecía increíble que, efectivamente, se hubiese encontrado una cordada que quisiera intentar esta victoria imposible. Ahora se trataba de reflexionar a fondo y establecer un plan metódico.
El equipo y las provisiones de escalada se transportaron de antemano al pie de la pared. Se vieron obligados a esperar antes de comenzar la escalada, pues el tiempo era incierto y un intento de aproximación era inútil desde un principio. Para no matar la moral inútilmente, SedImayer subió a la cresta Oeste de la cima del Eiger con el fin de observar la parte superior de la pared norte y, al mismo tiempo, dejar allí provisiones. La ascensión comenzó la noche del 20 al 21 de agosto. El tiempo era pasable y confiaban en que así seguiría.
Ese día, era miércoles, ya se les pudo observar en la pared a las 2 de la madrugada. Con extraordinario trabajo de escalada, marcharon en línea recta a través del primer tercio de la pared. Por encima de las ventanas de la estación "Eigerwand" del ferrocarril de la Jungfrau instalaron su primer campamento al aire libre, desde donde se les podía observar perfectamente.
El jueves recorrieron unos 150 metros y ya en el borde superior del primer nevero se acabó el día. Se vieron obligados a vencer muchas dificultades excepcionales, pues Sedimayer y Mehringer únicamente habían logrado llegar a este primer nevero de forma directa, a través de los escalones que se encontraban debajo, en la vertical y a gran altura uno del otro. Esto les había costado todo un día de duro trabajo. El recorrido de este trozo de la pared constituye uno de los mayores esfuerzos realizados a lo largo de la historia del Eiger.
En Grindelwald y en la estación Eigergletscher todo se había llenado de vida. No se podía dejar escapar este acontecimiento. Multitud de curiosos se disputaban los telescopios y nadie se cansaba de buscar y observar a los dos que colgaban de la pared. El viernes no subieron mucho más que el día anterior. Alcanzaron únicamente el segundo gran nevero. Ese mismo día avanzaron penosamente y arrastraban el equipo de largo en largo de cuerda. Hacia comienzos de la tarde, se vieron ya obligados a detenerse, pues el camino de subida amenazaba incesantemente con desprendimientos de piedras. La noche del viernes al sábado se desencadenó una tormenta extremadamente violenta sobre las inmediaciones del Eiger y convirtió la pared en un abismo infernal. En Scheidegg, esa noche descendió la temperatura a 8 grados bajo cero.
En Alpiglen, la noche fue desasosegada, en tanto los desprendimientos de piedras tronaban en el valle. Se levantó un frío viento del norte que envolvió a la pared de roca en una coraza de hielo, sobre la que únicamente la nieve que cayó a continuación encontró un buen asidero. En consecuencia, el avanzar se convirtió, para ambos alpinistas, en extremadamente difícil, al mismo tiempo que resultaba impensable la posibilidad de un retroceso en esas circunstancias.
El sábado no se pudo descubrir ni huella de Seldmayer y Mehringer con el telescopio. Se confiaba, sin embargo, en que siguiesen con vida dados sus extraordinarios conocimientos y después de haber estado observándolos en sus ejemplares trabajos de escalada en la parte inferior de la pared. También se sabía que su equipo era completísimo.
Más tarde, la pared quedó envuelta en la niebla y se desencadenó una fuerte ventisca. Aumentaron los aludes, el frío se hizo insoportable y, lentamente, se les empezó a dar a ambos por perdidos.
Hacia el mediodía del domingo, la pared se hizo de nuevo visible durante un corto espacio de tiempo y, gracias a esa oportunidad, se les pudo descubrir a ambos arriba subiendo apresuradamente. Pero pronto, la niebla envolvió de nuevo la pared y así continuó durante los días siguientes.
El martes llegó a Alpiglen el hermano de Sedlmayer, para acudir en socorro de ambos. Pero el tiempo carecía de consideración. Tras varios intentos de encontrar un camino en la pared, se consideró por fin imposible toda tentativa de salvamento. Ni desde la cima, ni desde las atalayas en la cresta occidental se descubrió huella de los desaparecidos. La fuerte nevada debía haberlos cubierto por completo. Y así, después de ocho días de arduo trabajo, se abandonó la tentativa de salvamento. Varios aviones militares suizos, que habían participado en la búsqueda, tampoco tuvieron éxito y así debieron los camaradas que habían tomado parte en el intento de rescate, regresar a Munich sin haber cumplido su misión.
Unas tres semanas más tarde, Udet, junto con Fritz Steuri de Grindelwald volvieron a buscar en avión de nuevo, por la pared y afirmaron haber descubierto a uno de los alpinistas. Se aproximaron hasta 20 metros sobre el presumiblemente último campamento de vivac y allí vieron a uno de los dos hundido en la nieve. Resultaba, pues, evidente, que no habían podido continuar después del sábado. Lo que sucedió entonces nunca llegaremos a saberlo. Su destino a partir de este instante será un misterio para nosotros como la propia montaña y únicamente nos cabe desear: ¡Ojalá hayan tenido una muerte rápida!
El primer paso había sido dado. Un primer paso, comenzado en verdad con alegre confianza y acabado con inexorable tragedia. Pero el hechizo que pesaba sobre esta pared se había roto, pues ahora se trataba de ejecutar el legado de ambos camaradas.
A Sedlmayer y Mehringer no se les podía hacer ningún reproche. Sabían que gran cometido emprendían. Su magnífico equipo lo prueba y también el hecho de que pudieran afrontar 5 o 6 vivacs. En lo que a ellos concierne, estaban sobradamente facultados para iniciar esta ascensión.
Qué alpinista no ha sentido una inquietud que le impulsa constantemente a la acción y que únicamente puede acallar cuando la lucha ha terminado y el deseo pertenece al pasado.
De que forma tan hermosa y acertada lo descubrió Henry Hoeck: "Los pueblos crecen y adquieren poder cuando sus hijos aman la aventura y los pueblos se debilitan y perecen únicamente cuando sus hijos pierden la alegría ante el peligro".
¿Se trataba después de este primer intento de considerar que era posible escalarla pared? Sin duda alguna. Pues ni siquiera los guías de montaña suizos contestaban con un "no” definitivo. Sólo se debía, según su opinión, esperar un largo periodo de buen tiempo y entonces se encontraría en la pared nieve y hielo en proporciones extraordinariamente favorables. Sobre todo había que fijarse en el tiempo reinante y únicamente empezar a escalar con buen tiempo que probablemente se prolongase mucho más.
Durante ese año todo volvió a la tranquilidad en torno al Eiger El invierno llegó y cubrió la montaña de blanda y blanca nieve. Cual maravilloso arquitecto la transformó y todo lo anguloso e inarmónico se tornó redondeado. Al dejar vagar la mirada sobre los lejanos glaciares, únicamente se sentía paz y silencio.

Llegó la primavera. La nieve se fue difuminando y la reluciente roca volvió a mostrarse con ostentosidad. También creció el anhelo de aquellos hombres a quienes se les había metido en la cabeza alcanzar la cima del Eiger precisamente a través de su pared Norte. En junio ya se podía establecer un campamento en el Kleinen Scheidegg como punto de partida para el viaje de aproximación y para el ataque general propiamente dicho. Allí se encontraron seis experimentados montañeros. Todos querían partir pues creían que debían hacerlo y se sentían dichosos y seguros. La pared se encontraba al alcance de la mano y cada semana podía apostar la victoria. Los nombres de todos aquellos que aquí estaban esperando el gran ataque, eran bien conocidos en los círculos de escalada. En primer lugar se encontraba la cordada Herbst Teufel. Muy pronto iba a quedar eliminada. Durante un entrenamiento en el descenso del Schneehorn, se despeñó Teufel convirtiéndose así, indirectamente, en la primera víctima que ese año se cobraba la pared Norte.
Una potente cordada poco común formaban los dos ciudadanos de Berchtesgaden Andreas Hinterstoisser y Toni Kurz, pertenecientes al Regimiento de Cazadores de Reichenhall. Kurz, de 23 años, era Guía de los Alpes Orientales. Numerosas eran las nuevas vías que había acometido junto a su compañero Hinterstoisser. Entre otras habían escalado la pared norte del Grosse Zime. Por último Edi Rainer y Willy Angerer se encontraban también allí. Ya habían puesto manos a la obra en lnnsbruck y allí habían tenido las oportunidades de satisfacer sus incontenibles deseos de experiencias alpinas y prepararse para la ascensión más importante de su vida.
A todos les había reunido la existencia de nuevos problemas y, cuando por la noche se encontraban reunidos, únicamente se podía hablar sobre un tema: la montaña. Pues a pesar de la diversidad de caracteres, en ese punto constituían un sólo hombre, y si alguien les hubiera oído, habría encontrado la confirmación de que el alpinismo es algo grande y de que para ese grupo de jóvenes impetuosos representaba su propia alma.
El tiempo no quería mejorar y, desde hacía semanas esperaban únicamente el para ellos tan importante acontecimiento. Pero se necesitaba la colaboración del tiempo y ellos así lo aceptaban. A pesar de la lluvia se llevaron a cabo ataques de reconocimiento, colocaron clavijas y material y, en silencio, anhelaban la llegada del día en que debiera tomarse la decisión.
¡No podía seguir lloviendo eternamente! Por fin, la noche del 17 de julio, pareció que el tiempo quería mejorar. No se necesitó ningún preparativo más pues ya habían esperado demasiado ese día. Durante los muchos viajes de reconocimiento se había observado la pared hasta los 3.000 metros de altura para, en caso de necesidad, atacar con rapidez los restantes 1.000 metros. En uno de esos viajes, Hinterstoisser arrancó con violencia una de las clavijas que le sostenían y cayó 40 metros. Aterrizó tan afortunadamente sobre un campo de nieve que pudo realizar el resto del descenso ileso.
Ambas cordadas se prepararon pues para el ataque definitivo de la pared. El cielo está estrellado cuando, a las 2 de la madrugada, empiezan a escalarla. La roca se vuelve más escarpada y, por primera vez, se utilizan los piolets y las clavijas.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

- MONTE KURAMA

La Montaña de Kurama a (570 metros sobre nivel del mar) está a 12 kilómetros al norte del palacio imperial de Kyoto.
Según la historia, hace más de seis millones de años, el hijo de Mao (el gran rey de los conquistadores del mal y del espíritu de la tierra) descendió sobre el monte Kurama desde Venus, con la gran misión de salvar a la humanidad. Desde entonces, el espíritu del gran poder del hijo de Mao gobierna el desarrollo y la evolución, no solamente de la humanidad sino también de todas las cosas vivas en la tierra. Este espíritu ha estado emanando del monte Kurama, y un sacerdote nombrado Gantei recibió la transmisión espiritual.
La palabra KURAMAYAMA significa monte(yama)Kurama.
Se le considera cuna del Reiki y se dice que es el hogar de Sōjōbō, rey de los Tengu, y donde éste enseñó esgrima a Minamoto no Yoshitsune. Es también el lugar donde cada 22 de octubre (santuario Yuki-Jinja) se celebra el Festival del fuego de Kurama (Kurama no Hi-matsuri). igualmente, cada 20 de Junio se celebra la milenaria Ceremonia del corte del bambú que, además de expresión de agradecimiento por el agua, simboliza la destrucción de la maldad y el establecimiento de la justicia.
El Templo Kurama (Kurama-dera) está designado como Tesoro Nacional de Japón. Fue construido durante el periodo Nara (año 770) por Gantei, monje que buscaba un refugio solitario para la meditación. Perteneciente originalmente a la escuela del Tendaishū, Kurama es independiente desde 1949, difundiendo su propia corriente de budismo conocida como Kurama-Kokyō.

El Monte Kurama, donde el maestro Usui fue inspirado por la terapia Reiki, es conocido como tierra sagrada para las mortificaciones del budismo esotérico y ascetismo de montaña. Un guía del monte reza así: “El Monte Kurama es un ‘dojo’ (centro de entrenamiento) para recibir del Sonten, la vitalidad necesaria para vivir la vida diaria con dinamismo, corrección y alegría. La vitalidad de ‘Sonten’, que existe en cualquier parte y en cualquier momento, se concentra especialmente en este monte. ‘Sonten’ es el ‘Gran espíritu del universo y un cuerpo de gran dinamismo’, que es a la vez la vida y energía cósmica que permite existir al ser humano y a toda la creación, cuya acción aparece en forma de amor, luz y fuerza. El amor es representado por el Kannon de mil brazos que es el espíritu de la Luna, la luz por Bishamonten , espíritu del Sol, y la fuerza por Goho Maoson , espíritu de la Tierra. A las tres deidades en conjunto se las denomina ‘Sonten’”. Los fieles rezan: “Sonten, tú eres tan hermoso como la Luna, cálido como el Sol y fuerte como la Tierra. Todo está en ti”. Las personas que conocen el Reiki tradicional japonés percibirán que los símbolos y esta descripción coinciden en forma total.
Cerca de dicho monte se encuentra el santuario Kibune, famoso por su agua con vibraciones excepcionalmente altas, por lo que se lo denomina la “fuente de Lourdes japonesa”. Al medir sus vibraciones con un equipo llamado MRA, se registran valores máximos de vibraciones.
La señora Suzue Miuchi, artista de historietas, bien conocida por su obra Máscara de vidrio, posee profundos conocimientos relativos a lo espiritual y en una revista espiritual, Tama de junio de 1995, cuenta lo siguiente:
“En 1995 escalé el Monte Kurama de Kioto. Cuando visité el okuno-in, santuario más interno, sentí una energía invisible que desde el fondo de la Tierra subía hacia el cielo en forma de espiral. Los remolinos de forma espiral subían uno tras otro. Quedé totalmente perpleja, pensando en qué serían esos remolinos. Hay una gran variedad y cantidad de animales, insectos y vegetales y todos ellos crecen vigorosamente. El Monte Kurama fue el lugar donde pude tomar conciencia de que la Madre Tierra envía energía necesaria para crear y criar toda clase de vidas”.
A los antiguos monjes Yamabushi (yama-montaña, bushi-guerrero), monjes ascetas originarios de Japón que habitaban las montañas como ermitaños, en ocasiones se les atribuían poderes místicos, magia (kobudera), curanderismo, técnicas ancestrales de meditación, conjuros y hechicería.
Los Tengu de esta montaña son llamados Kurama Tengu y son tengu Yamabushis. Suelen ser de tez roja y nariz larga. Shinji Shibusawa, maestro Ninja de la escuela Fuma Ryu, contaba que estos seres son protectores del Ninjutsu, también llamado Shinobi jutsu (arte del espía de los Ninjas originarios de Japón en el siglo XII).
Según la mitología japonesa, los bosques y montañas son habitados por espíritus. Éstos provienen de otras existencias y de forma sutil viven en los árboles y bosques. Los Yamabushi también eran mediums, entre estos seres y este mundo. En visiones relataban su forma humana, con rostro colérico y nariz prominente.

viernes, 4 de noviembre de 2011

- FERDINAND HODLER

-Actualizamos nuestra sección de Arte y Montaña con las pinturas de Ferdinand Hodler (Gurzelen, cerca de Berna, 14 de marzo de 1853-Ginebra, 19 de mayo de 1918), fue uno de los más destacados pintores suizos del siglo XIX.

martes, 1 de noviembre de 2011

- "FRAGMENTOS": FLORENTINE ROST VAN TONNINGEN

El salvador Indestructible (fragmento)
por Florentine Rost van Tonningen

Mi padre amaba las montañas y amaba el montañismo. Cuando yo tenía 6 años tuve permiso para acompañarle. Yo era su hija favorita. Muchas subidas eran difíciles y peligrosas, pero en cuanto alcanzábamos la cima, permaneciamos allí sin respiración contemplando el maravilloso paisaje. Mi padre, acalorado por la escalada, se ponía con rapidez un jersey de lana y se aseguraba que yo tampoco me helara con aquel gélido frío de la cumbre. Entonces, mirábamos silenciosamente hacia el Norte, al maravilloso Norte, y una sensación de plenitud nos indundaba; y en silencio, sin hablar, sabíamos que ése era "nuestro paraíso".
Ahora estoy en mis 70 años. Mi padre se fue hace mucho tiempo. Pero mi percepción de esos maravillosos momentos ha permanecido igual que en mi juventud, como cuando ambos buscábamos el secreto de la revelación: El secreto de los Alpes, del Caucaso, de los Himalayas; la Senda del Sol de Nuestra Sangre.