CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

miércoles, 1 de enero de 2014

- MONTAÑAS SAGRADAS EN EL PAIS VASCO Y SU MITOLOGIA ( capítulo 2)

Montañas, Diosas y Brujas Vascas

El sacerdote y etnógrafo José Miguel de Barandiarán describió a Mari, divinidad femenina de la antigua religión vasca, como “genio de las montañas”. En su carácter de diosa telúrica, Mari mora en determinadas montañas - no en cualquier elevación del paisaje - y se traslada en forma temporal de una a la otra, surcando el firmamento como sierpe, hoz o medialuna de fuego. El anclaje de la diosa Mari con la orografía vasca se hace evidente en las distintas advocaciones con las que se alude a ella: Mari de Aralar, la Dama del Amboto, la Santa de la Cueva, la Señorita de Lizárraga, la Señora de Muno.

Uno de los picos montañosos del macizo de Aizkorri, denominado Aketegui, tienen una cueva considerada morada temporaria de Mari. Mientras admiraba el efecto “humeante” de las nubes que se arremolinaban en torno al Aketegui, una anciana pastora local no dudó en afirmar que “la dama había regresado a su cocina”.

La leyenda vasca sobre el caballero Diego López de Haro sintetiza la raíz precristiana de la creencia en Mari, la diosa de la montaña. Refiere que Don Diego desposó a una dama con pies de cabra y tuvo con ella dos hijos. Un buen día, estando la familia sentada a la mesa, el cristiano se santiguó y su mujer reaccionó tomando en brazos a la hija de ambos y huyendo por la ventana hacia la montaña. Sin embargo, cuando años después el hijo varón fue a la montaña a buscar ayuda de su madre, Mari le entregó un caballo volador con el que logró rescatar a Don Diego, que había caído cautivo de los moros.

Los vascos conceden gran importancia al rol de la mujer en la sociedad, siendo que tradicionalmente era ella la que llevaba a cabo las tareas más importantes en el seno del hogar, durante las frecuentes ausencias del marido pastor o pescador. La señora de la casa o etxekoandre, encargada del cuidado del fuego del hogar, representa simbólicamente a la diosa Mari, en la vivienda concebida como reflejo cultural de la cueva. Las casas vascas suelen estar protegidas por flores de Eguzkilore, símbolos del sol y amuletos contra las brujas, colocados en los dinteles de puertas y ventanas.

Mari como hechicera

Mari aparece en la mitología vasca como “hechicera o maga de los cuatro reinos”, asociándose a rasgos del paisaje montañoso (cuevas, oquedades, cumbres puntiagudas que utiliza como morada o cocina), a determinados árboles sagrados, a ciertos animales simbólicos (toro, macho cabrío) y a oráculos, maleficios y rituales que la vinculan con el mundo humano.

Mari puede ser caracterizada también como “hechicera de los cuatro elementos”. Ella reside en el seno del elemento tierra; regula las lluvias y la fertilidad asociada con el elemento agua. Anima a los elementos aire y fuego al dominar la actividad eléctrica de la atmósfera surcando los cielos envuelta en llamas o convocando tempestades desde su carro de nubes tirado por caballos. En este sentido se asemeja a los dioses celestes masculinos del panteón indoario (Zeus, Thor) e incluso al felino Qoa andino.

La mitología no escatima indicios relativos a la brujería a la hora de proponer un origen histórico para Mari. La leyenda del caballero Diego López de Haro subraya la rápida huída de “la dama” a la montaña, al persignarse su marido ante la mesa familiar. Otra versión acerca del origen de Mari la vincula a la figura histórica de una mujer sabia en artes curanderiles quien en tiempos de la inquisición se negaba rotundamente a convertirse a la religión católica, por lo que fue “atada al carro de caballos para obligarla a ingresar a la iglesia”. Mi colega agregó: “Entonces se formó una bola de fuego y la mujer se transformó en la famosa dama de las montañas vascas”. El relato parece encubrir elementos que apuntarían a un proceso inquisitorial, en el que la mujer acusada de brujería habría sido arrastrada por un carro de caballos; forzada quizás a entrar a una iglesia y eventualmente quemada en la hoguera.

Sin embargo, las mujeres vascas que viven en la montaña son reticentes a aceptar la caracterización de Mari como una “bruja”. Cuando pregunté al respecto a una reconocida alpinista que vive en los altos de Urkisu, mi interlocutora aclaró: “Mari es una dama, no una bruja”.

Mari como sirena

Mari suele peinar sus dorados cabellos al sol, sentada junto a la puerta de su cueva; o bien junto al fuego de la cocina. A veces utiliza un peine de oro para su tarea. Es frecuente que mientras se peina atraiga a los hombres como una sirena y que los desprevenidos que se le acercan sean devorados por la cueva donde mora.

En las distintas versiones de la mitología de Mari, al elemento ígneo - representado por el sol, el fuego del hogar, el peine de oro y el color de su falda y sus cabellos - se contrapone un elemento lunar corporizado en el espejo de plata que sostiene en su otra mano. En efecto, se dice que Mari vive de la negación de lo que es y de la negación de lo que no es, abordando de este modo las tensiones en la realidad circundante a fin de equilibrar los opuestos.

Existen en los Andes leyendas folclóricas sobre lagunas de altura en cuyas orillas los pobladores locales afirman haber visto a una mujer peinándose sus largos cabellos. El tema habitual es que ante la aparición de la mujer que se peina - a la que se denomina “sirena” o “sereno” - el infortunado testigo resulta “tragado por la laguna”. Puesto que la sensualidad femenina volcada en el peinado del cabello no es una característica habitual en el mundo andino (donde por el contrario, los cabellos son cuidadosamente trenzados a fin de evitar que su pérdida demore al alma en el tránsito al más allá), cabe contemplar la posibilidad de que se trate de una adaptación andina de la imagen mitológica de la diosa vasca de la montaña, traída a América durante la conquista y colonización españolas.

El monte Txindoki: morada temporal de Mari

El monte Txindoki (1341 m) es un pico esbelto y abrupto al que por sus características orográficas se lo conoce como “el Cerviño vasco”. Forma parte del macizo de Aralar, región en la que la utilización ritual de cumbres se remonta por lo menos hasta la época romana. En efecto, en el distante monte Toloña, los romanos construyeron en la cima un “ara” a Tulunius.

El nombre actual de la montaña, Txindoki, está tomado de una “chabola” de pastores localizada en las praderas de altura debajo de las aristas rocosas que conducen a la cima. Su nombre original en euskera, el que aparece en las leyendas antiguas, es Larrun Arri, que se traduce como “piedra pelada”. Es interesante señalar que en otras provincias del país vasco existen montañas consideradas
sagradas que tienen la palabra “larruhn” como parte de sus nombres tradicionales. Tal es el caso del monte Larruhn, en el límite entre Francia y España, el cual se conoce legendariamente como lugar de reunión de brujas.

Tuve oportunidad de ascender a la cima del monte Txindoki acompañada de Juantxo Agirre Mauleon, un arqueólogo vasco que ha excavado numerosos sitios arqueológicos en las montañas de menor elevación que rodean a este prominente pico. El ascenso al Txindoki insume aproximadamente dos horas, siguiendo un sendero bien acondicionado por las faldas de la montaña y ascendiendo en roca por una empinada ladera que conduce a la cima, siendo que las restantes aristas resultan impracticables sin medios técnicos de escalada.

A diferencia del vecino monte Ernio, el Txindoki carece de cruces u otros elementos característicos de la romería vasca que hayan sido colocados por devoción en la cima. Según mi colega ha podido apreciar, a lo largo de los años se han sucedido diferentes modas culturales afectando la utilización de las cumbres montañosas del país vasco: hacia 1970 se estilaba colocar cruces en las cimas pero hacia 1990, por el contrario, las mismas eran echadas abajo en estrategias de limpieza orientadas a devolver a las montañas su apariencia natural. Era frecuente hacia el año 2000 el transporte y colocación de banderas tibetanas en las cimas, introducidas por los escaladores vascos tras sus expediciones al Himalayas. En el presente, un problema aún no resuelto es el de la frecuencia creciente con que los deudos eligen arrojar las cenizas de los difuntos desde las cimas de los montes, tras su cremación.

La ausencia de parafernalia cristiana en la cima del monte Txindoki puede vincularse también a que esta montaña, al igual que otros picos rocosos prominentes de la geografía vasca, es considerada una de las moradas temporarias de Mari, la diosa telúrica de las montañas. Como ya se ha dicho, la morada principal de Mari se encuentra en las alturas del pico conocido como Amboto, en la región de Aizkorri. En tanto que en la región de Aralar, Mari mora temporariamente en una cueva cercana a la cima de Txindoki, y se traslada – bajo la forma de una bola de fuego o estrella fugaz - al vecino monte Murrumendi, en cuya cima se yerguen las ruinas de un antiguo poblado de la Edad del Hierro. Es por ello que en esta parte de Euskadi se conoce a Mari como “la dama de Murrumendi”, en vez de por su advocación más corriente, “la dama del Amboto”.

La cohorte de Mari: hechiceras, lamias y animales mitológicos

Existen entidades mitológicas supeditadas jerárquicamente a Mari, tales como Maju - una figura masculina que la visita los días Viernes en su cueva – y Zugaar – una culebra masculina poseedora de un ceñidor mágico con el que preña a las princesas –. Dicha serpiente mitológica suele ser caracterizada como un “culebro de fuego. Los hijos de la diosa, Atarrabi y Mikelats, ayudan a Mari a desatar feroces tempestades de piedra y granizo.

Aker, el macho cabrío, es el contraparte masculino de la diosa vasca de la montaña. El macho cabrío fertiliza a las sacerdotisas de la diosa Mari en encuentros ceremoniales de carácter sexual acompañados de danzas frenéticas, que se llevan a cabo en cuevas - como la de Zugarramurdi - o en un campo abierto denominado “aquelarre” o “dantzaleku”. Es bien sabida la interpretación que dichas ceremonias paganas tuvieron en tiempos de la Inquisición, cuando la figura del macho cabrío pasó a identificarse con el diablo y la de las sacerdotisas paganas con las brujas. Sin embargo, pese a la condena de la iglesia, las danzas propiciatorias de la fertilidad subsistieron en el país vasco a lo largo de los siglos, bajo la apariencia de celebraciones de fin de semana, que más recientemente han sido desplazadas por las consabidas ascensiones dominicales a las montañas dotadas de ermitas.

Las lamias son entidades mitológicas femeninas que forman parte de la cohorte de sirvientas de Mari. El imaginario vasco las confunde a veces con ninfas o brujas, si bien se distinguen por la peculiaridad de poseer extremidades de animales y habitar en oquedades húmedas, pozas de agua y grutas. En algunos casos, al igual que las sirenas, llegan a raptar a los hombres que se enamoran de
ellas. El relato popular las define como “mujeres pato” que habitan en arroyos del bosque y que son capaces de embrujar a los hombres como sirenas.

Las brujas vascas o sorgiña también se encuentran al servicio de Mari, como hechiceras especializadas en conjuros, adivinación, sortilegios y el uso de hierbas con propiedades curativas. Pueden transformarse en animales, mostrando predilección por la figura de los gatos. En algunas circunstancias, llegan a raptar y comerse niños. Contra el maleficio de la brujería existen talismanes y amuletos tales como las “higas”, pequeñas piedras talladas con forma de puño o mano cerrada, habitualmente con un dedo parado. Las flores de Eguzkilore con su apariencia de girasoles peludos, ofrecen protección contra el acceso de las brujas a la vivienda, al ser colgadas de los dinteles de puertas y ventanas, tal como se observa en casas y refugios de montaña en distintos rincones del país vasco. La lógica popular sostiene que las brujas no pueden ingresar a una morada sin contar previamente cada pétalo y pelo de la flor, lo cual insume mucho tiempo y las expone a ser sorprendidas por el amanecer. Por ese motivo, un mechón de lana de oveja es capaz de cumplir la misma función ritual de protección. Es interesante advertir que en el mundo vasco las brujas maléficas son siempre femeninas; en tanto que los brujos masculinos suelen ser percibidos como benéficos por sus aptitudes como curanderos.

La toponimia hace eco del vínculo mitológico entre la brujería y el megalitismo ibérico, como en el caso del famoso dolmen de Sorginetxe, cuyo nombre en euskera significa “casa de la hechicera o casa de la bruja”. Las llamadas “piedras caballeras” o también piedras movedizas, sabrían sido colocadas en su precario equilibrio por obra de los brujos.

Montañas Vascas y Dragones

La presencia de dragones mitológicos en las montañas vascas ha sido atribuida a influencias jacobeas. Ciertamente, las leyendas de dragones en cuevas montañosas abundan en el folclore rural del macizo alpino. El monstruo subterráneo más frecuente en la mitología vasca es Iraunsuge, una serpiente draconiforme. El monte Udalaitz es uno de los rasgos geográficos de la región del macizo de Aralar vinculado más directamente con el dragón, tratándose además de una montaña que es reconocida como morada de Mari.

La ermita en la cima de San Miguel de Aralar es desde el Medioevo un lugar al que los devotos peregrinan por motivos vinculados a la reproducción, tales como la fertilidad de las mujeres que desean ser madres o la curación de enfermedades venéreas en los hombres. Cuenta una leyenda vasca que en la sierra de Aralar moraba un dragón al que periódicamente se le ofrendaba una doncella en sacrificio.


El caballero cristiano Teodosio de Goñi, quien se encontraba en la montaña purgando una condena a raíz de haber asesinado por error a sus padres, decidió tomar el lugar de la víctima. Cuando el dragón intentó comerlo y tragó las cadenas que lo ataban, fue derrotado por intervención de San Miguel arcángel, quedando Teodosio finalmente liberado de su condena.

La toponimia y la mitología vasca realzan el vínculo entre montañas y dragones. En el caso del topónimo “Mondragon”, la leyenda refiere que los moradores del valle lograron vencer al monstruo reemplazando la doncella sacrificial por una muñeca de cera con una afilada lanza en su interior. Los autores refieren también que en otras regiones del país vasco es la propia doncella, armada solamente con un pequeño huevo, la que logra vencer al dragón. Es posible que las leyendas de dragones y sacrificios de doncellas encubran prácticas de ofrendas humanas en las montañas vascas en el marco de antiguas ceremonias orientadas a la propiciación de la fertilidad.

Consideraciones finales

La construcción simbólica y mitológica de la montaña en el mundo vasco se encuentra atravesada por el papel histórico que los picos inexpugnables y las cuevas inhallables han cumplido en el ocultamiento y refugio de quienes sufrieran persecuciones. Desde los vascones que resistieron las invasiones romanas, pasando por las brujas del siglo XVII hasta las víctimas de persecución política en el siglo XX (¿?). Las “brujas” que se ocultaban en cuevas en la montaña en tiempos de la Inquisición han inspirado la figura de Mari, “la dama” de la mitología vasca, cuya morada se encuentra en los picos más abruptos y elevados de Euskadi, tales como los montes Amboto, Txindoki, Oiz, Udalaitz y Murrumendi.

En la creencia popular vasca, Mari encabeza a una cohorte de lamias ondinas y sorginas hechiceras. Suele aparecer en el imaginario como una mujer joven y sensual que peina su dorada cabellera en la boca de la cueva en la montaña, o junto al fuego del hogar. Es interesante señalar su semejanza con los “sirenos” de las montañas sudamericanas, a quienes el folclore andino caracteriza como mujeres jóvenes que peinan sus cabellos al borde de una laguna encantada.

Los monumentos megalíticos emplazados en las cimas redondeadas de montañas de menor altura son atribuidos en su origen mitológico a “gentiles” de gigantesco tamaño y deforme apariencia, custodios de cuantiosos tesoros materiales y del conocimiento de la agricultura y la herrería, eventualmente transmitido a los cristianos gracias a la audacia e inteligencia del héroe cultural Martinico. La existencia de tesoros ocultos en las cumbres es aludida en la toponimia y en el folclore del país vasco, donde proliferan las leyendas de “pellejos” y “odres”, con sus familiares ecos en las leyendas de “cogotes” características de las montañas andinas. Los gentiles del mundo vasco, entre ellos el mítico “Sansorri”, son capaces de modificar la topografía con sus “hondazos”; atribución que en el mundo andino se otorga al “rey Inga” o “Incarri”.

Numerosas montañas en la región del Levante Ibérico han devenido en centros de peregrinaje, convirtiéndose asimismo en emplazamiento de ermitas características del catolicismo popular vasco, como en el caso de los montes Ernio y Uzturre. Los ritos de purificación y sanación que los devotos protagonizan durante las romerías acarrean ecos de las prácticas purificatorias medievales.
Ocasionalmente asoman en las leyendas vascas las figuras de dragones y “culebros” a las que la mitología vincula con la temática de la fertilidad y el sacrificio de doncellas.

La mitología vasca fue introducida en América durante la conquista y colonización; por el accionar de los misioneros y con el aporte de la inmigración. El folclore americano se ha nutrido de este sistema de creencias, generando figuras y relatos sincréticos que se encuentran ampliamente extendidos y arraigados en el mundo andino. De allí la importancia de considerar a la mitología vasca en el contexto de los estudios antropológicos en torno a las montañas sagradas de Latinoamérica.

- MONTAÑAS SAGRADAS EN EL PAIS VASCO Y SU MITOLOGIA ( capítulo 1)

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